Emoción, razón y conciencia
Hoy más que nunca se hace
evidente lo que dijo Humberto Maturana en 1989: ¨Lo humano se constituye en el
entrelazamiento de lo emocional con lo racional... Corrientemente vivimos
nuestros argumentos racionales sin hacer referencia a las emociones en que se
fundan, porque no sabemos que ellos y todas nuestras acciones tienen un
fundamento emocional¨ (En el texto ¨Emociones y Lenguaje en Educación y Política¨).
Se hace evidente que vivíamos
convencidos y desde paradigmas que hoy tiemblan, e incluso, se caen a pedazos.
Uno de ellos es el de ¨los adultos¨, en el sentido de cómo supuestamente nos
compartamos y funcionamos desde la razón.
Soy psicóloga y especialista en
emociones, y parte de mi trabajo es dar charlas, por todo Chile, acerca de ellas;
cómo operan, qué son desde lo biológico, lo psicológico, cómo se modulan las emociones
con el cuerpo y el lenguaje, como nuestras emociones modelan nuestras acciones.
Vuelvo a ¨ser adultos¨. Pienso en
cómo ¨enseñamos¨ a los niños a no pegar, no gritar, no hacer pataletas, por que
¨está mal¨. ¨Si un niño te pega con una piedra, no le pegues un piedrazo de
vuelta¨. ¨Si te enojaste por que tu hermano no te presta su juguete, no le
pegues¨. Y así.
La situación del país obedece a
la sabiduría del cuerpo y las emociones, como individuos y sociedad. El
cansancio, la rabia de ser violentados con un metro saturado de personas, sueldos
no sólo bajos, sino que insuficientes y desproporcionados para millones de
personas. Abusos sistemáticos por parte del ¨mercado¨: farmacias,
supermercados, AFP, etc. El abuso de
grupos de poder que hacen y deshacen dentro y fuera de la ley para hacer
negocio sin importar los ríos, el mar, los peces, el aire, los niños
intoxicados con níquel y metales pesados, y un largo etcétera. La emoción de la
rabia aparece, y la rabia lo que hace justamente es movilizar. El miedo es la
emoción de la alerta, la alegría la emoción del vínculo y la tristeza de la
reparación y protección. Cada una tiene una función adaptativa. Son una
herencia de miles de años de evolución de nuestra especie, y nos permitieron
sobrevivir. La rabia, también nos permitió sobrevivir. Defendernos de
depredadores, construir casas, trabajar la tierra. La rabia, biológicamente, es
una que moviliza la musculatura, que motiva al ¨hacer¨, que impulsa la acción,
es determinada, segura, nos ayuda a poner límites.
Dando decenas de charlas y
talleres, de autocuidado por ejemplo, nunca estuve en una sala donde no hubiera
personas que reflejaran las cifras de salud mental en Chile, tan preocupantes.
Lo digo por que no soy fiel creyente de las cifras. A veces no se condicen con
la realidad. Pero en este caso, la relación era evidente. Me refiero a que uno
de cada cuatro chilenos tiene síntomas depresivos, el aumento de la tasa de
suicidio infantojuvenil en Chile mientras en el resto del mundo van a la baja,
el ¨record¨chileno de ser el país con peor salud mental en preescolares, el
aumento increíble del consumo de psicofármacos en Chile. Todas esas cifras no
tiene partido político. Antes del 18 de Octubre, el malestar que vi en estudiantes,
trabajadores, jefaturas, gente de aseo, gerentes, millenials, adultos mayores,
en Regiones y en Santiago, era generalizado. Y no necesito ser psicóloga ni
charlista para percibir cuando me subo al metro o a una micro, los rostros de
cansancio, irritabilidad, tristeza, de mucha gente. Ni mi propio agotamiento,
ni la somatización y enfermedad, ni la falta de tiempo en mi entorno.
Cada uno de nosotros, tiene un
punto ciego, como dice Maturana. Un punto ciego que es enorme, gigante. ¨No
vemos lo que no vemos¨. De acuerdo a nuestro lugar de nacimiento, a nuestra
historia, nuestro entorno y nuestros intereses, vemos una parte de la realidad.
Algunos creemos ver ¨más que otros¨. Algunos creen que ¨ven lo que otros no
ven¨. Puede ser, no sé. El punto es que hoy en Chile, tenemos que asumir el
punto ciego, a nivel individual y colectivo. Lo más probable es que la
información que estés recibiendo esté sesgada, y tienda a confirmar tus
paradigmas y prejuicios. Y si te diferencias demasiado de tu comunidad (sea la
que sea), vas a pagar un costo. Las comunidades se protegen y en eso a veces se
cierran a la reflexión. Los sesgos cognitivos, no tienen partido político. Y
las personas tenemos resistencias, a romper nuestros paradigmas.
Vuelvo a las emociones. Hoy en
una micro, vi por segunda vez a un hombre enajenado, gritando solo, en un
mónologo, su malestar. Estaba al borde de pegarle a alguien. Ayer en la esquina
de la casa de un amigo, dos automovilistas se trenzaron en una discusión (por
temas de tránsito) y uno terminó dejando inconsciente a otro, con un extintor.
Hace pocos días un norteamericano salió con un arma a amenazar a quienes se
manifestaban. Hay casi 300 personas en Chile que perdieron un ojo en manos de Carabineros,
lo que significa que hay quizás miles de carabineros apuntando a la cabeza y a
los ojos para ¨disipar la marcha¨. Y puedo seguir hablando de violencia, pero
el punto está claro.
Antes de seguir, quiero hacer una
distinción. Creo que toda violencia genera un ¨loop¨, un espiral, de más
violencia. Sí: la violencia genera más violencia.
Pero las vulneraciones a los
derechos humanos, están asociadas a, al menos, dos puntos importantes. Primero,
la declaración universal de los derechos humanos surge en 1948, como reacción a
las atrocidades de la segunda guerra mundial, punto en el que creo que estamos
todos de acuerdo: genocidios, no. La declaración fue una operación de la conciencia.
No sólo de la emoción, ni sólo de la razón. De la mente sabia, como dirían algunos.
Tiene un aspecto empático, y otro lógico: estábamos a dos pasos de lanzar una
bomba atómica mayor y fin de las transmisiones. Un acto sin sentido, pero
perfectamente posible.
En segundo lugar, la violencia
que viene de un organismo de estado, conformado por miles de personas
entrenadas, armadas, organizadas, y protegidas por la ley, en contra de ciudadanos
ejerciendo su derecho a manifestarse… ¿Son equivalentes? No lo son. La asimetría
de poder es el punto. Cuando hablamos de asimetría de poder, hablamos de abuso.
Hay asimetrías de poder en las relaciones humanas: adultos-niños,
profesores-alumnos, jefe-colaborador, terapeuta-paciente, etc. Por eso se habla
de abuso sexual, de acoso laboral, de abuso de poder, de ética profesional. Se
requirió historia en la especie humana, para pasar del garrotazo en la cabeza al
que no tenía garrote, a algo diferente. El tema del poder es tangible,
innegable. El abuso de poder existe. Cuándo y qué es abuso, se puede conversar.
Pero volvamos a las emociones.
Las reacciones emocionales son
muy humanas. Las palabras violentas, los gestos violentos, las acciones
violentas que tomamos con otros, son parte de nuestras vidas, aunque cueste
reconocerlas o asumirlas cuando vienen de uno mismo, y son cuestionables.
Cuando las madres hablamos de crianza y regulación emocional -cuando hablamos
honestamente- hablamos de regular nuestras propias emociones con un hijo con
pataleta. Las mamás, también se desbordan. Las emociones nos juegan malas
pasadas hasta con la gente que amamos, a veces. El punto es que no podemos
negar que somos ser emocionales. Maturana lleva décadas diciéndolo: ¨Siempre
estamos en una emoción¨.
Estamos, como país, y quizás como
planeta, en un momento de crisis y
cambio. Algunos -los menos, creo- desconocen o no legitiman el malestar de las
millones de personas que se están movilizando, en marchas, manifestaciones,
declaraciones, actos artísticos, etc. a lo largo de Chile. Desde mi punto de
vista, desconocer la desigualdad y el malestar profundo, de larga data y en muchos
aspectos (económico, de salud mental y salud del cuerpo, a nivel de calidad de
vida, de oportunidades, de educación, de endeudamiento… etc) que afecta a
millones de personas, es ceguera a un nivel que no vale la pena discutir. Es
cuestión de googlear datos. Si estamos mejor o no que antes, si estamos mejor o
no que otros, es discutible. Pero hay un dato fuerte: hace 22 días millones de
personas salen a las calles, arriesgando incluso sus vidas, por un llamado
interno, ineludible para ellos. Es decir, no eran 30 pesos. Era algo -creo que no
es posible terminar de definirlo- muy grande, muy arraigado, muy duradero, muy
transversal.
Muchos, quizás la mayoría, reconocen
en sí mismos y en otros el cansancio, la enfermedad, la frustración y el
malestar de un sistema de vida que es extrañamente infeliz. La diferencia está
en cómo abordamos eso. Y dentro de ese grupo, ¿hay quienes adhieren a las
movilizaciones y quienes no adhieren? No. Hay una gama mucho más amplia de
visiones, de perspectivas. El pensamiento dicotómico es muy simplista, y no
permite dar cuenta de realidades sociales complejas. El punto es que ante este
malestar, no estamos todos de acuerdo en el camino hacia algo mejor, una
solución. Nos diferenciamos, y aunque para algunas personas es difícil pensarlo
de forma compleja, no hay sólo dos caminos ni dos posturas. Hay muchos temas
cruzados, y perspectivas y opciones diferentes. ¨Cada observador es un mundo¨, como
dijo Humberto.
Vuelvo a las emociones. La
intensidad y duración de lo que nos está ocurriendo, como ha impactado en nuestra
vida cotidiana, trabajo, bolsillos, vida familiar, conversaciones, relaciones
con familiares, vecinos y amigos, nos tiene los nervios de punta. Muchas personas
se han enemistado con sus cercanos a raíz de esto. Otros han revivido la
historia del país, han revivido traumas y están afectados a un nivel muy
profundo, conciente e inconciente. Otras personas han despertado de un triste
letargo y se han reencontrado, han encontrado un sentido, una causa. Eso leo en
la frase ¨No era depresión, era capitalismo¨, por ejemplo. O en el testimonio de
dos jóvenes del SENAME que declaran que porfin pueden sentirse parte, que en
las marchas se sienten acompañados y felices, y que quieren vivir así o que
¨los maten los pacos¨. O los ancianos que se suicidaron por no tener dinero
para subsistir. Ellos son una representación de la desesperanza de mucha gente,
que hoy se ilumina, en medio de la crisis y el caos, que para otros es terrible.
No vemos lo que no vemos.
Estamos con los nervios de punta,
y con niveles de violencia altísimos, a los que de alguna manera, nos hemos
adaptado. Muchas personas, siguen trabajando y funcionando a diario, en medio
del fuego, los balazos, y la amenaza de que en la esquina de su casa le ocurra
algo terrible. Eso hace 19 días, no ocurría… en mi barrio. No vemos lo que no
vemos.
Supimos de que un hombre -varios
en realidad- sale a la calle con un arma y un chaleco amarillo. El tipo está
gobernado por sus emociones. Tiene miedo, o rabia, y está a dos pasos de descargarse
(¨cancelar la pulsión¨, diría un psicoanalista) con cualquier personaje que se
trenze en una discusión con él. O con un perro, o el hijo de su vecino, si la
bala -o la rabia- se le escapa. El hombre perdió el control. Cree que está
defendiendo su casa, su vida, o algo así. Pero no lo está. Está parado con un
arma, en la calle, en medio de carabineros y desconocidos. Está infringiendo la
ley. Está poniéndose en riesgo de muerte a él, y está poniendo en riesgo a su
entorno y a los ¨invasores¨ que percibe (hay una obra de teatro que tiene todo
que ver con esto: ¨Los invasores¨, de Egon Wolf). Ya el hecho de aparecer
armado en público es una escena de película violenta. Si el hombre le pusiera
razonamiento (y me limito a hablar de razón), haría otra cosa. Tomaría acciones
calculadas, evaluaría riesgo/beneficio, en fin. Pero él, no está controlando
impulsos.
Algo similar podemos decir de un
tipo que patea un local, saca las sillas y las quema, en una calle equis. Pero
la desigualdd atraviesa estas dos escenas. Podemos especular que el tipo de la
pistola tuvo mamá, comida, abrigo, y ni fue abusado, ni vivió en la calle (no
lo sabemos, realmente). Y podemos especular (sabemos, por ejemplo, que uno de
cada dos reos pasó por el SENAME) que el tipo que incendia tuvo una familia
disfuncional, terminó apenas el liceo y fue abusado sistemáticamente. ¿Lo podemos
asegurar con certeza? No. Pero pensarlo así, es razonable. Por lo tanto la
irracionalidad y el descontrol del primero, sumado al actuar no sólo de
carabineros, si no de cualquiera de nosotros antes estos personajes, dan cuenta
del problema de fondo: la desigualdad. Uno no habla ni actúa igual respecto de
un ¨flaite¨ que respecto de un hombre ¨bien vestido¨. La desigualdad no es
vertical, ni es ¨culpa¨ de algunos. Es una estructura de poder que filtra
nuestras relaciones entre pares, de arriba abajo, y en todas direcciones. Por
eso existen morenos que quieren ser rubios. Es un ejemplo burdo, pero creo que
se entiende el punto: reproducimos las lógicas del poder.
¿Cuál es el discurso que tenemos
de nosotros mismos? Y con esto quiero terminar. Nos decimos que somos
concientes, que somos educados, que somos inteligentes, que somos buenas
personas. Seguramente sí. Hasta la fecha, no me ha tocado conocer a alguien que
se considere mala persona. Y muy pocas que se consideran inmaduras. Pero, ¿estamos
razonando o nos estamos desahogando cuando discutimos por redes sociales?
Cuando empezamos con garabatos y descalificaciones en una discusión por diferencias
de opinión, ¿Queremos dialogar y escucharlo, o queremos sacar la rabia? Cuando
comentamos, posteamos, conversamos, ¿En qué estamos? Postulo que en muchos casos,
estamos como el tipo de la pistola, a pequeña escala. Estamos explotando, impulsivos,
descargando en un punto específico, una rabia que a veces no tiene que ver con
esa persona, si no con lo que simboliza, con lo que representa… en ese momento
y contexto. Las personas somos más que un momento puntual.
Las emociones siempre han tenido
un papel invisiblemente fundamental en nuestras acciones. Hoy es menos
invisible, y más fundamental. El llamado es hacernos concientes: no racionales,
no controlados, ni puros. Concientes no para dejar de tener miedo o rabia, si
no para intentar ver qué hacemos con esa rabia. Y sobre todo, como adultos,
pensar en las consecuencias que va a tener ese desahogo. Por que nuestras
acciones de siempre, tienen consecuencias. Y nuestras acciones -me refiero
también a lo que decimos y expresamos en redes sociales- en este contexto de
crisis y cambio, tienen consecuencias que van mucho más allá de nuestra propia
esfera. Si queremos ser un aporte, aunémos emoción y razón, empatía y
autoconservación, lo nuestro y lo de otros. Y cuando nos equivoquemos, y nos
salgamos de madre ( si pasa, es señal de que somos humanos), podemos reparar. Y
podemos aceptar que el otro repare. Hablo en términos de relaciones
interpersonales, en esta oportunidad. En términos sociales, creo que el
análisis es más complejo.